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viernes, 1 de junio de 2012
lunes, 28 de mayo de 2012
Estimula a tus hijos para que les guste la escuela!
http://mx.selecciones.com/contenido/a1005_ninos-estimula-a-tus-hijos-para-que-les-guste-la-escuela
“No quiero ir a la escuela”, “las matemáticas me aburren”, “odio la tarea”. ¿Cansada de escuchar estas quejas?
Por Stuart Foxman, Readesdigest.ca/Foto Jupiter Images
1. Participa
Los niños toman en cuenta tus actitudes. Su interés en la escuela se puede incrementar si ven tu interés, ya sea que te unas al consejo para padres, seas voluntaria en las actividades escolares, acudas a eventos de la escuela, o te interese conocer a sus maestros.
“Los niños necesitan sentir que apoyas su escuela y que tienes una relación positiva con ella”, asegura Jeff Kluger, del Ontario Institute for Studies in Education, de la universidad de Toronto. “Si esa relación se rompe, es más difícil para tu hijo ser positivo.”
2. No te obsesiones por las calificaciones
Es normal que te preocupes por las calificaciones de tu hijo y que consultes con sus maestros si van bien. Pero no hagas de las calificaciones tu única preocupación ni hagas de tus expectativas algo abrumador.
“Esa es una buena manera de hacer que les deje de gustar la escuela”, asegura Kluger. “Queremos que los niños disfruten de la escuela. La atención debe centrarse en el proceso, el aprendizaje, no en obtener calificaciones excelentes.
3. Borra lo “aburrido”
“No creo en esa palabra,” dice la Dra. Deborah Chesnie Cooper, una psicóloga educacional y de desarrollo de Toronto. Cuando los niños dicen que les aburre, asegura la Dra., lo que realmente quieren decir es que se sienten frustrados con su aprendizaje (porque es muy difícil o muy fácil), no se relacionan con la materia (por ejemplo, en qué les ayudan las matemáticas en la vida diaria), no les gusta cómo se les enseña, o porque están preocupados por su rendimiento.
Habla con tu hijo y pregúntale qué es lo que encuentra aburrido. Las soluciones pueden ser nuevas estrategias de aprendizaje, atención extra o retos adicionales.
Otra táctica es simplemente explicarle que no todos tenemos los mismos gustos, que no todas las materias pueden ser su materia favorita y que no en todas pueden dar lo mejor de sí, aunque de todos modos tienen que intentar. El darse cuenta de eso puede aliviar su aburrimiento y su estrés por la materia.
4. Ayuda con la tarea
Esto no quiere decir que hagas la tarea con ellos (aunque si son pequeños, guiarlos puede ser apropiado), sino que les ayudes a desarrollar un programa.
¿Por qué a algunos niños les desagrada la tarea? No se debe necesariamente a que el trabajo sea difícil, sino porque lo hacen a un lado o intentar apresurarse a hacerlo. Define una hora para hacer la tarea, tal vez después de un descanso después de la escuela pero antes de la televisión u algún otro juego, y respétala.
“Ayúdales a que se organicen y a que sigan una rutina”, asegura la Dra. Chesnie Cooper. Los niños se sentirán mejor si completan su tarea sin tantas discusiones y con tiempo de sobra para relajarse y divertirse.
5. Disminuye la programación
Piensa en cómo tu propio trabajo (y tu actitud hacia él) sufre cuando estas saturada. Lo mismo les ocurre a los niños.
“Cuando los niños están sobre-programados es muy difícil que se concentren en la escuela”, asegura Kugler. Si les das un descanso se mantendrán frescos y listos para otro día escolar con más energía y entusiasmo.
Errores de padres en su afán por que sus hijos lean
http://www.abcdesevilla.es/20120526/familia-padres-hijos/abci-errores-padres-afan-hijos-201205251438.html
¿Por qué a muchos niños no les gusta leer? Quizá toda la culpa no la tengan la televisión y las consolas
Día 26/05/2012 - 13.48h
«Haced
lo que queráis, porque de todas maneras lo haréis mal», decía Sigmund
Freud a las madres. Quizá fuera demasiado extremo, pero lo cierto es que
con toda la buena voluntad del mundo, a veces los padres se equivocan.
Todos querrían ver a sus hijos devorando libros y disfrutando al leer mientras
aprenden sobre mil y un asuntos, pero en su empeño por fomentar la
lectura, el tiro les sale por la culata. ¿Qué falla?
No «hay que leer». Ya lo decía el escritor francés y profesor de literatura Daniel Pennac
en el ensayo «Como una novela» con el que lleva abriendo la mente a
muchos padres y educadores desde hace 20 años: el verbo leer, como el
amar o el soñar, «no soporta el imperativo». Leer es un derecho, no un
deber. Es inútil obligar a leer y además resulta contraproducente porque
no se transmite una afición por la fuerza.
No se contagia un «virus» que no se tiene.
Si los padres no leen o sus hijos no les ven leer, difícilmente podrán
convencerles de que se lo van a pasar bien leyendo. Las personas a las
que les gusta leer normalmente han tenido algún familiar que les ha
transmitido la pasión por los libros. La falta de tiempo no es excusa
porque cuando algo realmente se quiere, se busca el tiempo, insiste
Pennac.
La lectura, no siempre en soledad.
Leer a un niño «es una práctica fundamental, tal vez la más importante y
eficaz sobre todo con los niños que tienen dificultades para leer y les
cuesta un gran esfuerzo», señala el maestro, licenciado en Historia y
logopeda Pablo Pascual Sorribas. Al escuchar a sus padres, comprenden mejor el mensaje y disfrutan con la historia.
¿...y por qué en silencio? «¡Extraña
desaparición la de la lectura en voz alta. ¿Qué habría pensado de esto
Dostoievski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras
en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza? ¿Ya no hay oído? ¿Ya no
hay música? ¿Ya no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor? ¡Y qué
más! ¿Acaso Flaubert no se gritó su Bovary hasta reventarse los
tímpanos? ¿Acaso no es el más indicado para saber que la comprensión del
texto pasa por el sonido de las palabras de donde sacan todo su
sentido?», escribía Pennac.
No al constante «¿qué has leído?».
Examinar a los niños de cada capítulo o cada libro convierte un placer
en un examen, con la ansiedad que de ello se deriva. Conversar sobre un
libro que se ha leído fomenta la lectura, siempre que para el niño no se
sienta en un banquillo. Es el «derecho a callarse» de todo lector,
porque ¿a quién no le molesta que le pregunten qué ha entendido?
No a los clásicos por obligación. La
escritora Ángeles Caso describía en el artículo «Lectores del siglo
XXI» como se enamoró de la literatura: «No recuerdo que me padre me
negase nunca un libro. Ni por bueno ni por malo, ni por demasiado
sencillo ni por demasiado complicado, ni por moral ni por inmoral. En mi
casa leíamos con la misma fruición los «Cuentos del conde Lucanor» y
las historietas de Tintín, el «Poema del Cid» y las trastadas de
Guillermo Brown...». Y añadía: «Si alguna vez le devolví un libro sin
terminarlo, lo recogió con la misma sonrisa con que me lo había
entregado, sin hacerme sentir culpable o tonta por mi desinterés». Los
padres pueden alentar y estimular, pero los lectores tienen derecho a
elegir.
No al «hasta que no lo acabes, no hay televisión».
La televisión se convierte así en un premio y la lectura en un trabajo,
en el peaje necesario hasta la tele, una contradicción. Y puede ser la
tele, o la consola...
Miguel de Cervantes decía: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». No pongamos zancadillas.
Los diez derechos del lector
El escritor y profesor francés Daniel Pennac recoge en «Como una novela» (Anagrama) el decálogo de los derechos del lector:
El derecho de no leer un libro.
El derecho de saltar las páginas.
El derecho de no terminar un libro.
El derecho de releer.
El derecho de leer lo que sea.
El derecho al Bovaryismo (enfermedad textual transmisible).
El derecho de leer donde sea.
El derecho de buscar libros, abrirlos en donde sea y leer un pedazo.
El derecho de leer en voz alta.
El derecho de callarse.
miércoles, 4 de abril de 2012
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