El
padre permisivo ha recibido tanta información psicológica y educativa sobre el
daño emocional que puede causar a su hijo, que esto le ha ocasionado un daño a
su sentido de autoridad. Ahora se siente tan inseguro como educador, temeroso
de equivocarse y herir a sus hijos que tiene pavor a tomar decisiones. Ha
perdido su poder como padre y su responsabilidad la comparte o la entrega en su
totalidad a su hijo.
Los
padres permisivos delegan su responsabilidad en los hijos para evitar conflicto
o por miedo a imponerse y parecer autoritarios. Quieren complacer a los hijos y
tenerlos contentos y más que nada temen perder su cariño. Creen que es su
obligación convencerlos para que cambien de opinión y dan largas explicaciones
que muchas veces terminan en súplicas y ruegos. Para el niño es claro quien
tiene el poder, y quién toma finalmente las decisiones.
El
padre permisivo considera la toma de decisiones como una especie de “papa
caliente” que le quema las manos, y por eso se la avienta al primero que se
deja. Es un vaivén de indecisiones entre papá y mamá para no cargar después con
las consecuencias.
Ser
padres implica ser responsables. Implica arriesgarnos. Implica también correr el
riesgo de equivocarnos.
Tanta
información nos llena de dudas. Inquietudes normales y sencillas de los niños,
se convierten en acertijos indescifrables. Contactar sólo el intelecto y hacer
caso omiso de nuestro corazón y sentido común, nos lleva a perder la confianza
como padres y nos hace elucubrar en vez de dar solución a la más sencilla de
las situaciones. Distorsionamos y perdemos la perspectiva de las cosas en este
afán de querer ser padres perfectos.
Las
dudas, si les damos un lugar preponderante en nuestras vidas, terminan
devorando nuestro sentido de autoconfianza. Nos convencen de nuestra ineptitud
y paralizan nuestra voluntad.
Nos
ha generado tanto miedo el error que nos ha paralizado la voluntad. Esta
parálisis es lo que afecta tanto a los niños.
El
miedo a equivocarnos es justificado y un poco de miedo nos lleva al
cuestionamiento y a la reflexión. Pero si dejamos que nos invada, terminamos
inertes, incapaces de responder a las demandas importantes de nuestros hijos.
Cuando actuamos, claro que corremos el riesgo del error, pero si nos quedamos
paralizados podemos estar seguros de que los afectamos de manera negativa.
Porque un niño con padres paralizados es un niño que se enfrenta solo ante el
mundo con sus recursos aún inmaduros e ineficientes.
Los
padres permisivos viven con un fantasma que los persigue: el temor a perder el
amor de sus hijos. Los padres de antaño no conocían este miedo. Tenían muy
claro que su tares no era complacer ni dar gusto, era educar. Aunque su visión
de lo que significaba educar era muy limitada, el miedo a perder el cariño de
sus hijos no los atormentaba. Este amor se daba por hecho, sin lugar a
cuestionamientos.
Los
padres de hoy viven algo distinto. Pareciera como que tienen un vacío emocional
que necesitan llenar con el amor que reciben de sus hijos. Como si este amor
les diera una razón de ser, de existir. Pero este amor, contaminado de miedo,
los vuelve dependientes y temerosos, los detiene y los hace titubear cuando es
necesario contradecir o limitar. En pocas palabras, parece debilitarlos.
Tenemos
que escoger entre recibir de nuestros hijos un amor manipulador, o un amor
basado en el respeto. El primero tiene como amigos a la dependencia, el
capricho, la culpa y el chantaje. El segundo la libertad, la responsabilidad,
la congruencia y la integridad. ¿Cuál preferimos?
En
esta época permisiva, el matrimonio cuenta ahora con un nuevo miembro: la
culpa. La culpa se ha inmiscuido en las familias con gran éxito, tanto el padre
como la madre conviven armoniosamente con ella.
- Si el padre quiere ponerle un límite al hijo que está tirando la comida, la culpa interviene y le aconseja: “sólo está jugando, ¿Quieres provocar un enfrentamiento?
- Si la madre no quiere darle un permiso a la hija de 12 años porque le parece riesgoso, la culpa le susurra: “¿Quieres verla triste y enojada?”
- Si el padre quiere exigirle al hijo que deje de gritar e insultar la culpa le recuerda: “Se está expresando ¿lo quieres traumar?
Al
darse cuenta de lo que no están dando a sus hijos, la culpa invade sus vidas y
no les permite decir “no”, ser firmes o poner límites.
Afirmaciones
para padres.
- Confió en mis habilidades para guiar de manera respetuosa a mi hijo.
- Elijo recuperar mi sentido de autoridad a través de tomar decisiones conscientes.
- Hago a un lado mi miedo para guiar a mi hijo con confianza y decisión.
- Soy humano y me puedo equivocar.
- Yo pongo límites de manera respetuosa a mi hijo cuando lo considero necesario.
- Tomo con valor la responsabilidad de poner límites a mi hijo
- Tomo las decisiones que me corresponden para guiar amorosamente a mi hijo.